Estos dos grandes filmes reflejan distintas formas de abrazar la muerte y simbolizar el diálogo entre vivos y muertos.
El Día de Muertos es una de las tradiciones más arraigadas en la cultura mexicana, y no es de extrañar que los mexicanos, amorosos a los mitos y los cuentos fantásticos, también hayamos plasmado en nuestro cine estos dos aspectos.
La muerte ha sido explorada en la historia de la cinematografía universal desde distintas ópticas, emociones, creencias y propuestas tanto narrativas como visuales, que han legado un serial de cintas memorables.
En nuestro país, este tema es el reflejo de un mestizaje que ha permitido comulgar el recuerdo, la nostalgia y el apego en la memoria de aquellos a través de sabores, aromas e imágenes que nos permiten hacer vívidos a los seres queridos que han partido.
Aquí te presentamos dos cintas cintas que reflejan distintas formas de abrazar la muerte y simbolizar el diálogo entre vivos y muertos, y cuyo legado son imágenes y secuencias que invitan a la reflexión y la belleza.
Macario
Filmada en las majestuosas calles de Taxco y en las cuevas naturales de las Grutas de Cacahuamilpa, ambas en el estado de Guerrero, este filme es sin duda la cinta mexicana más representativa sobre los muertos.
En ella, el director Roberto Gavaldón se lució con la adaptación de un pequeño cuento de B. Traven, que cuenta la historia de un indio de nombre Macario que vive obsesionado con la pobreza, el hambre y la muerte.
La fotografía de Gabriel Figueroa y las magníficas actuaciones de Ignacio López Tarso y Pina Pellicer hacen de esta película una de los más grandes clásicos para cualquier mexicano.
Tal fue el reconocimiento nacional de esta película que fue la primera cinta mexicana nominada al premio Óscar a la categoría Mejor Película en Lengua Extranjera, aunque el galardón se quedó en manos de “El
manantial de la doncella”, de Ingmar Bergman.
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El papel de Macario originalmente estaba pensado para Pedro Armendáriz, pero gracias a que Ignacio López Tarso aceptó y aguantó cargar un ato de leña sobre la espalda, el icónico personaje fue suyo.
Cuando la cinta se mostró en el Festival de Cannes en 1960, los críticos no entendieron las representaciones del Diablo, Dios y la Muerte, debido a que ninguno portaba una vestimenta caricaturizada, por lo que fue el mismo director quien tuvo que explicar a tales personajes.
Pedro Páramo
No sería exagerado decir que ‘Pedro Páramo’, la obra cumbre del escritor jaliscience Juan Rulfo, y que es la novela emblemática sobre los muertos en la literatura mexicana.
Y aunque su adaptación cinematográfica también fue un éxito, ésta no tuvo el mismo alcance a la obra escrita, en parte porque el director fue un extranjero al que le faltó un poco de visión nacionalista para explotar el potencial de la novela.
Fue el cineasta español Carlos Velo quien eligió, entre una larga lista de candidatos, al actor estadounidense John Gavin para tomar el rol de uno de los mayores personajes del entramado, en lugar de Pedro Armendáriz.
“Fue un grave error. El reparto era muy bueno, exceptuando al personaje central”, afirma Ignacio López Tarso. El actor interpretó a Fulgor Sedano, la mano derecha de Pedro Páramo en la cinta, cuyo argumento fue fiel a la novela del jalisciense.
Aunque la obra fue dirigida en el guión por el escritor Carlos Fuentes y el productor Manuel Barbachano Ponce, el cacique de Comala no gustó al público latino de Estados Unidos y mucho menos a los espectadores mexicanos.
Además, la crítica fue despiadada y comparó el trabajo de Gavin muy por debajo de sus contemporáneos Anthony Quinn, Narciso Busquets, y el mismo López Tarso.
De acuerdo con varios analistas fílmicos, el trabajo de Rulfo fue muy ambicioso y trasladar a la pantalla una obra tan monumental siempre iba a dejar mal parado a cualquiera.
“El gran problema del traslado de Rulfo a la pantalla es que sus relatos son muy anímicos y de atmósferas, eso es muy difícil llevarlo a la pantalla. Creo que ha funcionado más cuando las adaptaciones han sido libres, como en el caso de El hombre de la media luna, de José Bolaños”, comenta el crítico de Rafael Aviña.
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NCV