Para el siglo XXI los mexicanos nos hemos convertido en una sociedad contradictoria ante el fenómeno de la migración de Centroamérica rumbo a EEUU
Además de que los mexicanos naceos donde se nos da la chingada gana, retomando a los clásicos, es sabido que somos un pueblo trabajador y solidario. Sí, con defectos como todos, pero al final del día la verdad es que somos “bien chidos”.
Seamos del norte, del centro o de sur del territorio, nos une un orgullo nacional que se ha transmitido de generación en generación durante siglos, demostrando que somos un pueblo resiliente. Sí, muchas veces agachón y conformista, pero que sabe levantarse ante la adversidad y sobre todo, dar la mano a quien lo necesita.
La música de los mariachis y los platillos que integran nuestra gastronomía, son muestra de la alegría y el optimismo que solemos mostrar, pese a las grandes adversidades que podamos estar enfrentando. ¿Cuántos memes no hemos visto a lo largo de estos largos meses de pandemia, como una válvula de escape de la presión emocional que representa una situación de este tipo? O el ya clásico, “solo que pase esto”.
Quizá por esto es que en el Índice de Felicidad del Planeta de 2019, México sobresalió con niveles de bienestar y satisfacción, muy por encima de un país como Estados Unidos, que a todas luces tiene un mayor ejercicio económico e índices de pobreza muy por debajo del nuestro.
Así, con estas características que dan una pauta de porqué los mexicanos afrontamos de mejor manera que otras sociedades las problemáticas que se van presentado, y ante la tragedia, podemos sacar nuestra mejor cara que es a solidaridad. Aunque, luego la volvamos a guardar.
El mayor ejemplo de esta solidaridad se reflejó en los terribles sismos de septiembre de 1985 y 2017, cuando buena parte del territorio tuvo severos daños por los fuertes movimientos tectónicos que dejaron un sinfín de estructuras derruidas, y desde el primer minuto, los ciudadanos se volcaron en tratar de rescatar gente atrapada entre los escombros y auxiliar en la medida de sus posibilidades a quienes quedaron heridos en las calles.
Otra muestra de la solidaridad de los mexicanos ha sido cuando algún huracán o desastre natural abate a una zona, y entonces es como si se activara un chip que hace que nos organicemos entre nosotros mismos para ayudar a los damnificados.
El huracán Gilberto en 1988, Paulina en 1997, Isidoro en 2002, Stan y Wilma en 2005, Alex en 2010 y Manuel en 2013, así como Inundación de Tabasco y Chiapas de 2007, son solo algunos ejemplos de cuando la naturaleza embate a los mexicanos, somos los propios mexicanos los que salimos a dar la cara por quien lo necesita.
Pero, también está la recepción de refugiados que huyen de sus países de origen por cuestiones políticas y encuentran en México el refugio que tanto requieren. Puedo enumerar a los rusos que a finales de los años 1920 buscaban asilo desde la recién formada URSS, a las víctimas del Holocausto en la Segunda Guerra Mundial (miles de judíos, polacos, libaneses), los miles de españoles que huyeron de la Guerra Civil españoles entre 1939 y 1942, los guatemaltecos que en los años 1950 escaparon de la guerrilla interna, o los argentinos, uruguayos, brasileños y chilenos que debieron escapar al ser perseguidos de las dictaduras militares de sus países en la década de 1970, encontrando abrigo y protección política.
Sin embargo, para el siglo XXI los mexicanos nos hemos convertido en una sociedad contradictoria, dado que, si en el pasado alojamos a miles de refugiados que enriquecieron nuestra cultura e idiosincrasia, actualmente el pedido general es deportar y expulsar a los miles de refugiados centroamericanos y del caribe que ven a México más como un lugar de tránsito para llegar a Estados Unidos, generando un intenso debate a nivel doméstico que ha sacado lo mejor y lo peor de nosotros mismos.
IPR
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