Tras permanecer 42 horas en el poder, el sultán escapó por una salida trasera del palacio, dejando a sus sirvientes y combatientes defendiéndolo.
Si tú eres de los que invierten más de una hora en trasladarte desde tu hogar hasta tu centro de trabajo, problablemente te sorprenderá saber que el tiempo que tú inviertes en realizar un viaje rutinario, fue el mismo que necesitaron dos naciones para iniciar y terminar una guerra, leíste bien: UNA GUERRA.
Era un 27 de agosto de 1896, cuando en 38 minutos terminó uno de los conflictos bélicos más rápidos y contundentes en la historia, la guerra Anglo-Zanzibariana, la cual es considerada como la guerra más corta de la historia del hombre.
Todo comenzó el 25 de agosto cuando murió el quinto Sultán Hamad bin Thuwaini de Zanzíbar, una región de la actual Tanzania, pero que por ese tiempo era conocida como una de las “islas de las especies”, por ser una tierra de clavos, canela, pimienta y nuez moscada.
Hamad había muerto súbitamente y en circunstancias algo turbias dentro de su palacio y todo parecía indicar que Khalid Bin Barghash al-Basaid, su primo, lo había envenenado con el único fin de hacerse con el poder.
Desde 1893, Zanzíbar había estrechado relaciones con el Imperio Británico, y cooperaba estrechamente con la administración colonial, algo no bien visto por Khalid, a quien le parecía una humillación ser tan afables con los extranjeros.
Tras darse a conocer la muerte de Hamad, Khalid se proclamó heredero de la corona provocando la reacción inmediata de los los británicos, quienes sabían que con este sultán las cosas no serían tan fáciles, y prefirieron dar su apoyo a Hamud bin Muhammed, un hombre con el que supuestamente podrían negociar mucho mejor.
Una vez tomado el poder por Khalid, los británicos le pidieron que abdicara en favor de Hamud, algo que el entonces sultán no aceptó bajo ningún concepto, tensando la relación con los europeos que en ese momento tenían establecido un protectorado sobre la región y teniendo derecho de veto sobre el nombramiento de sultanes.
Por años, el Imperio británico había tratado acabar con la esclavitud en Zanzíbar, y pese a la resistencia de los muchos zanzibaríes, habían implantado su estilo de vida en la región, a medida que las plantaciones de especias aumentaron de valor a lo largo del siglo XIX, algo no bien visto por los nacionalistas que señalaban que en realidad estaban acabando con su identidad.
En cuestión de horas, Khalid consiguió reunir un ejército de 2 mil 800 hombres, y se hizo con un yate armado del anterior sultán.
En el otro bando, los británicos consiguieron reunir sin mucho esfuerzo cinco naves de guerra (situadas frente al palacio), dos cruceros armados y dos cargueros de armas, y realizaron varios desembarcos de tropas de Marines Reales que trabajarían codo con codo con los “Leales” (ejército de Zanzíbar simpatizante del Imperio Británico).
Basil Cave, el diplomático en jefe del área, le advirtió a Khalid que su declaración de soberanía constituía un acto de rebelión.
“Está autorizado a adoptar las medidas que considere necesarias, y será respaldado en su acción por el Gobierno de Su Majestad. Sin embargo, no intente realizar ninguna acción que no esté seguro de poder llevar a cabo con éxito“, fue la respuesta de Londres para el diplomático tras informar lo que ocurría en Zanzíbar.
El sultán le vio las orejas al lobo y se asustó, por lo que hizo un último intento de negociación a través del embajador estadounidense, pero al parecer el intento no cuajó y la guerra finalmente comenzó el 27 de agosto de ese mismo año.
A los pocos minutos de comenzar los bombardeos sobre el palacio, el Sultán se vio en una situación de lo más desesperada. Un edificio medio derruido, hombres muertos por doquier y unas posibilidades de sobrevivir bastante escasas. Por este motivo, decidió abandonar el lugar y dirigirse corriendo a la embajada alemana pidiendo asilo político.
Tras 38 minutos exactos de bombardeos -algunos señalan que pudieron ser 45 minutos de ataque-, una vez hundido el barco del sultán, finalizó el fuego. Acto seguido los británicos pidieron a los alemanes que le entregaran al sultán. No obstante este escapó y vivió exiliado en Dar Es Salaam.
Unos años después fue capturado por los británicos y exiliados a Mombasa donde finalmente fallecería en 1925.
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