Aunque se reconoció que los libros electrónicos tienen muchas ventajas sobre los de papel, es con estos últimos con los que se crean apegos
En cuanto Élmer Mendoza y Jorge F. Hernández subieron al escenario, los asistentes que ocuparon las sillas del salón Enrique González Martínez de la Feria Internacional del Libro (FIL) aplaudieron a modo de bienvenida.
La razón para la convocatoria fue la charla “El arte de leer un libro”, una reflexión alrededor de la lectura y su importancia, en donde también se animó a la gente para que hiciera comentarios, preguntas y, en resumen, participara contando sus propias experiencias.
Fernández abrió la charla con un pequeño recuerdo: él y Mendoza se conocieron en la Redacción de Milenio, en donde confirmó que su amigo es alguien que siempre sonríe “desde los ojos hasta la boca”, y ha sido un ejemplo “de amabilidad y erudición, sin pedantería”, a diferencia de otros invitados a la Feria.
El público estuvo de acuerdo con sonoras risas y Élmer, sin perder más tiempo, abrió su libreta de apuntes para empezar el coloquio.
“La definición que tengo del arte, la tengo de la plástica y la aprendí en los años setenta”, admitió. Pero eso no lo frenó para explicar cómo el arte de la lectura empieza desde el momento en que se elige un libro hasta que el lector se obsesiona con su historia durante algunos días, semanas, meses o hasta años.
“Tengo como 60 años haciéndolo”, dijo al momento de referirse a las reglas que cada quien impone cuando tiene un ejemplar en las manos y decide leerlo.
Aunque reconoce que los libros electrónicos tienen muchas ventajas sobre sus abuelos, los de papel (como son el bajo precio, la portabilidad, el acceso a títulos descontinuados o que no están disponibles en el lugar donde se vive), es con estos últimos con los que se crean apegos: se les da espacio en las casas, se duerme con ellos acomodados en el pecho, se les dedica tiempo.
Todo amante de los libros recuerda el título con el que supo que estaba enamorado. ¿El de Mendoza? 20 mil leguas de viaje submarino.
“Leer es un placer supremo, y los placeres supremos sólo los da el arte”, señaló, no sin antes poner sobre la mesa uno de los problemas de la lectura en México y una de las grandes virtudes de esta actividad, según lo que ha visto: “El problema de nuestro país es que hay gente que sí puede leer, pero no comprende”, y pidió paciencia a los promotores que trabajan con jóvenes.
Luego agregó: “La lectura desarrolla la sensibilidad. Provoca reflexión del entorno”. Y cuando alguien le preguntó qué podría hacer cuando sus estudiantes parecen sólo enfrascados en libros de narcoliteratura, sin problemas le contestó que es importante encontrar ejemplos de esos temas, pero que muestran historias con esperanza, en donde es posible cambiar el rumbo y vivir sin miedo.
“Yo escribo novelas policiacas y he dicho que un lector de ese género se convierte en detective. ¿Por qué no puedo decir entonces que un lector concentrado y sensible es un artista? Dirán que porque no crea arte, no estoy tan seguro: siento que un lector que lee así, se crea a sí mismo”.
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