Cuando el que vivió fuera de la ley tenga el agua al cuello, buscará la justicia y se encontrará con una autoridad bien entrenada en la ilegalidad
Déjenme contarles una historia. Se trata de la vida laboral de Juan, un excelente carpintero cuyo sueño de toda la vida era poner una tortería. Durante años se dedicó a hacer muebles hasta que ahorró lo suficiente para rentar un local, acondicionarlo y crear todo un concepto de su restaurante.
Al momento de tramitar los permisos en la delegación, gran parte de su dinero se fue en trabas, mordidas y requisitos que rayaban en lo ridículo. Aun así, meses después lo logró, todo estaba en regla y abrió su negocio.
Todavía no llegaban los primeros clientes cuando puntuales se presentaron los de la luz, la patrulla de la colonia, los líderes sindicales, la asociación de pequeños negocios y hasta el crimen organizado para cobrarle derecho de piso.
Entre renta, servicios, impuestos y extras, Juan salía tablas mes con mes. Pero no se desanimó. Tenía la esperanza de que poco a poco el negocio creciera y saliera para eso y más.
En menos de 1 año, Juan ya había quebrado. Pensó en regresar al negocio de la carpintería, pero mientras comía en un tianguis, se le ocurrió preguntar qué necesitaba para poner un puesto en la calle.
La respuesta, 40 pesos diarios para el líder del mercado y asistir a marchas cuando fuera necesario.
Actualmente Juan tiene ya un puesto bastante grande en el tianguis, vende muchísimo y ya no tiene que preocuparse de la renta, servicios, tarifas extra y mucho menos impuestos. Es más, con lo de una torta diaria saca la cuenta que cubre esos gastos.
Qué tal. Así la historia de Juan. Y ustedes, ¿a cuántos “Juanes” conocen? ¿Cuantas personas han sucumbido ante la ilegalidad por comodidad o porque no había de otra? O peor aún, cuantos de nosotros pagamos impuestos para mantener a flote el barco que lleva a todos, pero en el que sólo unos cuantos quieren remar.
Y al final, ¿quién gana? El contribuyente, el país, los líderes o ese submundo que se come al sistema poco a poco como una enfermedad.
El resultado, que no hay país que se sostenga con pocos contribuyentes. Que el SAT podrá tener cada vez más poder, pero si sigue sangrando al que siempre paga, llegará un momento en que este dejara de pagar. Que los acarreos mueven voluntades pero no naciones. Y menos en un nuevo proyecto que parece que no quiere crecer, sino distribuir lo poco que hay.
Al final, el que cree que gana hoy, seguro perderá mañana. Se acabarán las rebanadas del abundante pastel.
Y cuando el que vivió fuera de la ley tenga el agua al cuello, intentará buscar a la justicia pero se encontrará con una autoridad bien entrenada en el negocio de la ilegalidad.
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