La lluvia ácida que cae en la Ciudad de México no tiene ningún efecto sobre las partículas PM2.5 dado que este tipo de precipitación es la remoción de gases que no están relacionados con la actual crisis
A raíz de la crisis ambiental que enfrenta el Valle de México desde hace una semana, como consecuencia de los altos niveles de contaminación registrados por la serie de incendios forestales y de pastizales en varios puntos de la zona conurbada de la capital mexicana, empezamos a escuchar a hablar de las partículas PM2.5, como las responsables de esta delicada situación.
¿Pero qué son estas partículas y por qué ahora han cobrado mayor relevancia, a diferencia de otras crisis con las partículas suspendidas? En entrevista para pacozea.com, el Dr. Ricardo Torres Jardón, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM nos explica que las PM2.5 se refiere a todo ese conjunto de partículas con tamaño igual o menor a 2.5 micrones. Son inhalables, y dependiendo de su tamaño pueden depositarse en las diferentes partes del sistema respiratorio.
El problema es que las partículas menores a 1 micrón pueden incluso llegar a los alvéolos pulmonares donde ingresan directamente al torrente sanguíneo, y aunque nuestro cuerpo tiene mecanismos de absorción y remoción de estos elementos, algunas por su característica química pueden acumularse dentro del organismo, generando obstrucciones o incluso, pueden alojarse en órganos como el cerebro.
En este tenor, ¿qué diferencia hay entre la crisis actual y la que la capital vivió el 17 de marzo de 1992 y que generó la primera contingencia ambiental de la que se tenga memoria?
El especialista nos explica que al final de los años 80 y principios de los 90, el problema que se vivía era el ozono. Gas generado en la atmósfera de las reacciones entre óxidos de nitrógeno (NOx) y compuestos orgánicos volátiles (COV) en presencia de luz solar; y que en esa época ocurrieron varios cambios en la composición de las gasolinas para que la nueva flota vehicular ya equipada con convertidores catalíticos pudiera operar.
Torres Jardón nos dice que anteriormente el octanaje de la gasolina en México estaba daba por el uso de tetraetilo de plomo, pero este aditivo dañaba los convertidores catalíticos, por lo que se introdujeron gasolinas con nueva formulación con la diferencia de que se agregó un aditivo llamado Metil Terbutil Eter (MTBE), con el objetivo supuesto de reestablecer el octanaje perdido por la remoción del plomo.
Sin embargo, esto llevó a un incremento en la emisión de sus precursores, principalmente NOx y aldehídos que repercutió en el incremento en los niveles de ozono.
Así, la contingencia de la última semana se debe a la ocurrencia de quemas agrícolas e incendios de biomasa en la región centro de México, bajo condiciones meteorológicas nada favorables para la dispersión vertical de los contaminantes, lo que ha llevado a su acumulación en la parte cercana de la superficie.
Aunado a esto que, pese a que desde 2008 la Organización Mundial de la Salud ya recomendaba en su “Guía de calidad del aire” que en las ciudades se usara como indicador de concentración de partículas las PM2.5, y ya no las PM10, es que por parte de las autoridades no se cuenta con un protocolo actualizado de acción.
Al preguntarle sobre las consecuencias que las PM2.5 pueden causar en los seres humanos y animales, el investigador nos explica que las exposiciones agudas a niveles altos de partículas del tipo asociado a la combustión incompleta de biomasa pueden causar diferentes efectos, dependiendo de la tolerancia de los receptores, sean humanos o animales.
En general, pueden ir desde resequedad en las vías respiratorias, dolores de cabeza y en personas sensibles, el agravamiento de enfermedades respiratorias. Dado que las partículas de este tipo de combustión son ultrafinas, es decir menores a 1 micrón de diámetro, su número y concentración es alto y fácilmente llegan a los pulmones.
Otra cualidad de estas partículas es su relativa mayor contenido de compuestos policíclicos aromáticos (o PAHs), que a altas exposiciones crónicas (largo plazo) tiene potencial de ser cancerígenas.
Aquí es importante entender que una persona respira entre 5 y 6 litros por minuto de aire en reposo y en este volumen hay una cantidad dada de partículas. Cuando se hace ejercicio se incrementa la frecuencia de la respiración por lo que en cada inhalación se introducen al cuerpo más partículas que en reposo. Bajo condiciones de niveles tan altos como los registrados en la CDMX, aún en reposo, el ingreso de partículas ultrafinas es mayor.
Además, se debe considerar que a la altitud de la capital mexicana el cuerpo tiene una frecuencia de respiración mayor que a la presentada al nivel del mar, por lo que el riesgo de alguna afectación se incrementa mucho más. Hay que considerar que los niveles registrados en la última semana han estado hasta 4 veces por arriba de lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para una exposición diaria.
Frente a este panorama y dado el origen de este tipo de quemas de biomasa en áreas superficiales no muy grandes, pero numerosas algunas veces de difícil acceso, el efecto de la meteorología por precipitación pluvial puede ser un factor para ya sea ayudar a apagar las quemas, como para humedecer otros materiales para que no se propague el fuego.
Por otro lado, el investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM nos explica que, si bien la precipitación es el mecanismo de limpieza natural de muchos contaminantes, más no de todos, su eficiencia para remover partículas ultrafinas en el rango de 01. a .5 micrones es reducido, por lo que en ocasiones no se observa un efecto contundente de limpieza. Esto explicaría que tras el fuerte aguacero que cayó sobre la metrópoli la tarde del miércoles, no mejoró la calidad del aire, como muchos esperaban.
Sin embargo, un punto que destaca Torres Jardón es que la lluvia ácida que cae en la Ciudad de México no tiene ningún efecto sobre las partículas PM2.5, dado que este tipo de precipitación es la remoción de gases como SO2 y NO2 que, al disolverse en la gota de lluvia otorgan un carácter ácido al volumen de agua de cada gota. Sin embargo, estos gases no son producidos en una abundancia suficiente en las quemas de biomasa como para otorgar una acidez sobresaliente a la lluvia. Más aún, algunas de estas partículas y polvos son de carácter químico básico, situación que favorece la neutralización de la acidez dentro de la gota.
Finalmente, al preguntarle sobre los cuidados que se deben tener tanto en políticas públicas como en las acciones de la población, una vez que pase la fase crítica de esta crisis, señala que la acción de apagar estos incendios con brigadas humanas es bien recibida, sin embargo su alcance se ve muy limitado una vez ocurrida la quema; por lo que una medida preventiva es legislar las quemas agrícolas e implementar leyes más punitivas contra la provocación intencional de incendios forestales con fines de siembra.
En este contexto, un programa de quemas agrícolas controlada por autorización de autoridades ambientales sujeta al pronóstico meteorológico de condiciones favorables a esta actividad todavía no existe en el centro de México, y debería ser ya un programa obligatorio.
Hecho que se agrava con los antecedentes culturales agrícolas del país del tipo “tumba y quema” y de quema para preparar el terreno para la siembra, poniendo de ejemplo la quema de caña de azúcar que durante la temporada de zafra está muy arraigada, por lo que es necesario hacer una mejor capacitación y difusión de los inconvenientes de esta práctica que hoy nos tiene en jaque a los habitantes del Valle de México y su zona conurbada.
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