En México es urgente mejorar la calidad de la atención hacia los pacientes con asma, ya que en general es deficiente
El asma es una enfermedad crónica de las vías respiratorias que se caracteriza por crisis o ataques recurrentes en los que falta el aire por la obstrucción que genera la inflamación de los bronquios, generando dramáticos cuadros de disnea (dificultad para respirar plenamente) y sibilancias (sonidos silbantes y chillones producidos al respirar), que pueden variar de persona a persona en severidad y frecuencia, así como los síntomas.
Así, con motivo del Día Mundial de Asma que se conmemora el primer martes de mayo, a iniciativa de la Global Initiative for Asthma (GINA) para generar conciencia sobre dicho padecimiento y su tratamiento, mucho se ha escrito al respecto enfocado a quienes lo padecen, pero no hacia quienes viven con un asmático.
Para quienes ven ajena esta enfermedad, les puedo decir que para el entorno más directo de los afectados es un escenario de constante preocupación por lo impreciso de las crisis, que si bien en algunas personas se agravan durante la actividad física o por la noche, siempre está el temor de que en el aire circule algún alérgeno que detone una crisis.
Escribo esto con conocimiento de causa, dado que vengo de una familia en la que el asma es un padecimiento común, empezando por mi padre y una tía que fueron asmáticos, algunas primas y hasta ahora, una sobrina.
Desde que tuve uso de razón, la visitas al centro de salud en sábado o domingo por la tarde, para que mi papá recibiera atención médica fueron una constante. Principalmente en la temporada de lluvias, cuando la humedad pululaba en el ambiente.
Recuerdo largas horas en las salas de espera, junto a mi hermana, aguardando a que salieran de un consultorio mis padres, y un médico detrás dando indicaciones de los cuidados que ya sabíamos de memoria, así como la pila de medicamentos que eran tan comunes en la decoración de casa.
Que si el polvo, que si el polen, que si la humedad, que el olor a guardado, que el queso fermentado. Eran tantos los agentes adversos que podían terminar con un plácido fin de semana o la insoportable levedad de las vacaciones.
Y, aunque los médicos una y otra vez insistían en que el asma no era hereditario, resultaba que al menos en mis familias (paterna y materna), sí formaba parte del ADN, pues de ambos lados podía contar familiares que lo padecían y más de una ocasión nos dieron un buen susto.
Además que, tanto mi hermana como yo, desarrollamos en algún grado, alguno de sus síntomas. Y aunque con ayuda médica fuimos superando parte de la sintomatología, hasta la fecha nos quedó dicha sensibilidad a agentes como el polvo o la humedad, que nos hacen llevar con nosotros un dosificador de salbutamol, el principal medicamento que se utiliza para el alivio del broncoespasmo.
Así, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que en la actualidad hay 235 millones de pacientes con asma, y que si no se toman medidas urgentes al respecto, en la próxima década las muertes por esta causa, aumentarán, dado que a menudo no se diagnostica correctamente ni recibe el tratamiento adecuado, creando así una importante carga para los pacientes y sus familias, limitar la actividad del paciente durante toda su vida.
Este aviso, ante el dato de que hoy en día, la tasa de letalidad del asma es relativamente baja en comparación con otras enfermedades crónicas; no obstante, en 2005 fallecieron 255 000 personas por esa causa, señala la OMS.
¿Y cómo es una muerte por asma? ¿Qué secuelas puede dejar una crisis que no se atiende a tiempo?
Habrán notado que líneas arriba me referí a mi padre y una tía en tiempo pasado. Lo hice, pues ambos murieron hace un par de décadas producto de un cuadro asmático.
En el caso de ella, al no recibir su cerebro el suficiente oxígeno por unos minutos en lo que llegaba al hospital más cercano a su domicilio, quedó con severo daño neuronal, muriendo unos cuantos meses después. En el caso de mi padre, el cuadro asmático fue letal y pereció a los pocos minutos.
Sí, es crudo el relato que hago y por ello es que debemos tomar cartas en el asunto como sociedad. Tanto en exigir las políticas públicas adecuadas, la comprensión en los centros de estudio y trabajo para los afectados, como en el apoyo a la investigación para paliar los síntomas de esta enfermedad.
En este marco, este año la GINA utiliza la palabra STOP como símbolo global para indicarnos que hay que parar el asma, haciendo una acrónimo con una serie de palabras que dan las claves sobre cómo podemos pararla o controlarla:
- Síntomas (que hay que valorar).
- Testar la respuesta que se obtiene con la medicación y las medidas ambientales.
- Observar y evaluar al paciente de forma continuada.
- Proceder a ajustar el tratamiento y las medidas de control ambiental.
En el caso de México, el asma es una de las diez principales motivos por los que se acude a consulta en los servicios de salud, especialmente en urgencias y consulta externa, y según datos del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), es urgente mejorar la calidad de la atención, ya que en general deficiente, no hay consensos ni protocolos que normen su correcto manejo y los programas de estudio en las principales instituciones de educación, no le dan la debida importancia y la investigación al respecto es muy pobre.
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