José Vasconcelos cayó en la parte final de su vida en un conservadurismo político extremadamente católico, en el que incluso se retractó de algunas de sus posiciones liberales de juventud
José Vasconcelos nació el 27 de febrero de 1882 en la capital de Oaxaca, pasando a la historia como uno de los referentes educativos y filosóficos del México contemporáneo. Ya radicado en la Ciudad de México ingresó en la Escuela Nacional Preparatoria y luego cursó la carrera de Leyes.
Con una activa trayectoria intelectual, a partir del 26 de octubre de 1909 constituyó el “Ateneo de la Juventud”, grupo inicial de la cultura moderna mexicana, integrado entre otros personajes destacados como Antonio Caso, Alfonso Reyes y Diego Rivera, marcando un frente a las posiciones positivistas de Porfirio Díaz, entonces presidente de México.
Recordemos que una de las principales características del porfiriato era el desdén por lo nacional mexicano y su marcada fascinación con lo europeo, lo francés, lo italiano, lo alemán o, si nada de esto era posible, lo estadounidense, como única vía para alcanzar el anhelado progreso.
Ensayista, ideólogo y político, en su papel de secretario de Educación Pública creó las misiones culturales e hizo de la educación rural una cruzada de conquista que alcanzó los más apartados rincones de un escarpado país.
José Vasconcelos también impulsó la educación indígena, la rural, la técnica y la urbana; creó redes de bibliotecas, misiones culturales, escuelas normales y Casas de Pueblo que convirtieron en centros educativos básicos.
Bajo sus órdenes se editaron los clásicos y se adaptaron a nivel infantil, creando la Secretaria de Educación Pública, además de marcar la entrada para el muralismo en los edificios públicos.
También inició la alfabetización y apoyó la creatividad poética con la ayuda de los notables intelectuales de la época como Pedro Henríquez Ureña y Gabriela Mistral.
En 1920 es nombrado rector de la Universidad Nacional de México, debiendo a él tanto las características del escudo como del lema que identifica a la máxima casa de estudios: “Por mi raza hablará el espíritu”.
En 1924 renuncia al cargo para postularse sin éxito a la gubernatura de Oaxaca, para autoexiliarse en Europa y Estados Unidos, hasta que regresa a México con la intención de ser presidencia, siendo derrotado otra vez. Tras esto, nuevamente se exilia en Europa y América del Sur, ahora hasta 1940.
En 1925 publicó La Raza Cósmica, uno de sus textos más influyentes en el México moderno, en el que expone algunas de sus reflexiones sobre el indigenismo.
Su reinserción en el establishment mexicano coincidió con su abandono a los movimientos civiles, las ideas y las asociaciones nacionales e internacionales que darían nuevos rostros a la política, la diplomacia, la filosofía y la educación.
Para la parte final de su vida, habiendo engendrado una enemistad con la izquierda tras sus desencantos políticos, fue cayendo en un conservadurismo político extremadamente católico, que incluso antes de la Segunda Guerra Mundial, comenzó a escribir con simpatía sobre la figura de Francisco Franco y se retractó de algunas de sus posiciones liberales anteriores.
Incluso, cuando el conflicto bélico lo obliga a Europa, se ve imposibilitado a instalarse en Estados Unidos, dado la afinidad que llegó a manifestar por la Alemania nazi como rival de los modelos de “falsa democracia burguesa”, el imperialismo norteamericano que tanto había lastimado históricamente a la soberanía de los países latinoamericanos y por oposición al comunismo soviético, que repudiaba.
Para el año de 1943 es parte de los miembros fundadores del Colegio Nacional y regresa como catedrático, hasta su muerte en junio de 1959.
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