Vladímir Putin creció con la dureza que crece un estadista, recibiendo continuas humillaciones por su extrovertido carácter y diminuto cuerpo
El comienzo de un nuevo liderazgo germinó desde la tristeza y el encono de una infancia marcada en la pobreza, una adolescencia ruda y desordenada, en unión a una ambición disciplinada y determinante.
Vladímir Putin creció con la dureza que crece un estadista, recibiendo continuas humillaciones por su extrovertido carácter y diminuto cuerpo -de baja estatura y complexión delgada-, se preparó para vivir la adversidad bajo el mando de jefes coléricos, uno de ellos , además alcohólico -Borís Yeltsin-, para finalmente aprovechando el momento, dar ese paso final.
Cómo primer ministro logró alianzas con quienes querían reconvertir a Rusia en una poderosa nación, un estado soberano que lograra someter, ante la creencia de que lo mejor de su futuro sería la mano dura del pasado, reformando la constitución, enriqueciendo a sus patrocinadores y sometiendo a sus adversarios.
Hoy, con el camino libre por delante, se expresa de la madre Rusia como la más poderosa nación, reforma el estado y se crece como uno de los tres más importantes líderes del mundo.
El nuevo zar, el fortalecimiento del rublo, lo hace tan atractivo en los mercados bursátiles, que su injerencia política en varios países del planeta, su pensamiento y su voz, son inevitablemente analizados, leídos y escuchados con preocupación en todo el mundo occidental. Pero, ¿hacia dónde va su destino, hacia dónde su capacidad intelectual y su admirable pragmatismo político?
Será la semana entrante amable lector, cuando analicemos el cómo, su futuro impactará en la vida humana moderna. Lo que sí es preciso decir, es que el zar del siglo XXI podría ser, quizá, el último zar de la historia.
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