“Terminar con los terroristas es cosa de Dios, pero mandarlos con él, es cosa mía” Vladímir Vladímirovich Putin, Presidente de Rusia
En un país de ocho usos horarios distintos, en donde convergen más de 60 dialectos, en donde se mezclan pluriétnicamente las razas más antiguas de la humanidad, en donde la historia de los seres humanos ha pasado dejando huella, han sido muchos y variados sus líderes. Desde aquellos que se levantaron en las penumbras del cáucaso hasta aquellos que hoy rigen una de las cuatro mayores potencias en el planeta Tierra.
La larga época de los zares, su cultura, fuerza, tránsito y forma de gobernar, solo pudo ser interrumpida por la revolución bolchevique que a base de ideología, sangre y fuego derrocaron a la monarquía rusa, al grado de someter a fusilamiento al jerarca Nicolás II, zar de todas las rusias.
Pero tras un largo periodo de gobierno de regímenes comunistas, Borís Yeltsin, el primer presidente de Rusia durante el período entre 1991 y 1999, quien marca toda una época, de las más complicadas en la historia de Rusia, opta por renunciar a la presidencia al no comprender la perestroika de Gorbachov refugiándose en el disfraz momentáneo que da la borrachera del poder, dejando en manos de un indómito ex funcionario de los servicios secretos, abogado de profesión, experto en artes marciales por afición, el devenir de millones de rusos.
Carente de amor durante su infancia, bautizado como cristiano ortodoxo bajo el secreto de sus vecinos de departamento que por cierto, compartía con dos familias más en un viejo edificio moscovita, en la sombra de la penuria, desarrolló una adolescencia rebelde y precaria, un joven quién después de ver una película sobre un espía ruso, decide entregarse a la KGB para la cual trabaja desde hace poco más de dos décadas. Detrás de este enredado tejido de particularidades, surge el nuevo líder, el zar del siglo XXI del que hablaremos, la próxima semana.
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