“El silencio no significa ceder. Aquí nadie se rinde”
Han pasado ya suficientes años (50) para saber que lo sucedido no fue solo un movimiento social que germinó de entre un grupo de estudiantes que reclamaban espacios en una sociedad cerrada o una generación como muchos la han llamado de mayor libertad y menos conservadurismo; la matanza de Tlatelolco, el movimiento del 68, aquel extraño enemigo de una nación completa, efímera y debilitada por un gobierno autoritario que sesgó su control vía la imposición de la violencia, fue mucho más allá, fue el inicio de una nueva nación.
Existe muy poco diferendo entre el valor oculto y la cobardía disfrazada de quien fraguó el plan, dispuso la estrategia y ordenó jalar del gatillo contra quienes manifestaban inconformidad al despotismo y a una moral mal entendida, contra quienes reclamaban derechos sociales y como respuesta recibieron balas de un gobierno que no quiso escuchar a una sociedad que no deseaba continuar inmóvil ante el desconocimiento del derecho a la libertad de opinión y de expresión sin limitación de fronteras por cualquier medio de manifestación como lo establece el artículo 19 de nuestra Constitución. ¿Por qué protestar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de presidente de la República que el pueblo confiere, mirando por el bien -léase- prosperidad de la unión, jurando salvaguardar a un territorio y a su gente, sus valores y principios y si así no lo hiciere quedar a disposición de lo que la nación demande, si en la realidad las acciones se tornan contrarias?
La tarde del 02 de octubre de 1968 todo estaba fuera de control. Una marcha histórica terminó en tragedia colectiva convergiendo tres culturas: la oficial cerrada por el ejército, la sociedad civil y su silencio, y la tercera y última, una nueva generación de mexicanos representada por los estudiantes. Bien dicen que “las mentes más puras son las que aman el color de la libertad”.
El saldo, una masacre que cambió el rumbo de una historia. Se desconoce la cifra exacta de muertes y heridos. Muchas investigaciones se han hecho, muchos testigos han levantado la voz, lo único que podemos reconocer con exactitud, es que la sociedad ya no es la misma.
A manera de conclusión, como parte de la nueva generación de mexicanos denominada millennial, considero que México está en el momento preciso para dos cosas: que la sociedad y el gobierno hablemos un mismo idioma basado en la verdad y que la obligación del Estado sea reaccionar de manera inmediata, el respeto a los derechos humanos ya no permite verdades a medias o a conveniencia.
Los comunicadores estamos obligados a una ética absoluta y transparente. La Plaza de las Tres Culturas es una bandera que marcó a una generación, pero no solo eso, ha marcado al resto de las generaciones. Hoy la comunicación inmediata, transparente y ágil será nuestra bandera y causa de lucha.
¿Qué cambió aquel 02 de octubre 50 años atrás? Recuerda amable lector que la historia moderna es una verdad o mentira encuadernada a conveniencia del régimen que gobierna. Lo importante, está en lo que viene.
Claudia Mollinedo
Analista político y conductora de noticias
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