En cualquier país del mundo es válido que un comentarista e incluso un medio tengan una clara orientación ideológica y que apoyen a uno u otro candidato. En México seguimos maquinando entre la idea de verle la cara a la gente y de hacerles creer que somos imparciales y que somos apóstoles de la democracia. La realidad es que cada empresa y cada periodista tiene su propia agenda. Me queda claro que esto no tiene nada de malo, lo verdaderamente maquiavélico es no ser claro con la audiencia.
Hay que reconocer que en México el tener una concesión para transmitir radio o televisión es el uso del espectro radioeléctrico que es propiedad de la nación. Lo que implica que sin duda los medios debemos de tener una muy clara responsabilidad con la nación. La norma de nuestro actuar debe de ser con mucha responsabilidad. No me asustan medios que estén alineados con AMLO, otros que reconozcan en Meade el salvador de la patria y los que consideren que Anaya es el joven salvador de nuestros destinos, lo que me asusta es que no lo reconozcan abiertamente y que hoy se traten de dar una cara de imparcialidad.
Me parece que incluso nuestra legislación electoral es una trampa, un bache para la democracia. Nuestro carísimo sistema electoral está basado en la desconfianza y de ahí deviene su insuperable mundialmente costo. La obsesión de fiscalizarlo todo, de monitorear los medios comunicación buscando que exista una equidad en la información de los diferentes candidatos, cerciorándose de que los informativos den una cobertura equivalente a todos los participantes en la contienda.
No pude existir nada menos democrático. Es reducir a los votantes a idiotas. Este es un asunto mucho más de ética que de regulación. Yo me puedo pasar la vida entera criticando a un candidato por una postura ideológica e incluso por un interés económico y los consumidores de mi medio estarán en algunas ocasiones plegándose a mis opiniones por lealtad al medio y otras veces por confianza a mi trabajo. Lo lamentable del caso es que jamás tendrán la oportunidad de analizar mi opinión a la luz de mi militancia, o de mi decisión libre de apoyar a tal o cual candidato. Creo que es el momento de ser claros, como empresas y como comunicadores.
Cuanto tiempo creemos que podemos seguir engañando a la gente magnificando o minimizando notas o declaraciones de uno y otro candidato a la presidencia.
Creo que podríamos serle más útiles al país criticando de frente las propuestas con las cuales no coincidimos que inventando nexos y peligros. Siendo claros y concisos. No como hasta hoy, erigiéndonos en impolutos críticos y cargando con saña en contra del que no nos gusta.
Lo mismo opino de los compañeros que en si mismos se consideran dueños de la verdad. De aquellos que por sí mismos o por interpósita persona consideran que ellos son los que pueden dar luz sobre hechos y pasar por encima del trabajo de compañeros. Eso los convierte en patéticos piratas, en títeres de sus equipos que solo buscan ganar cuotas de poder tan enanas como su capacidad intelectual.
En nuestro país, las “fake news” tan de moda puestas por Trump, toman otra dimensión. Algunas veces son un completo montaje del gobierno o de los factores reales del poder y otras veces son el capricho y el coletazo de pequeños comunicadores aferrados a su coto de poder. De tartufos acompañados de seres insignificantes que avalan su existencia en la mala educación, en la agresividad y se disfrazan en la calvicie intelectual. Esos personajes que no tienen lealtad, que su lealtad es a sus carteras, le hacen mucho daño al país y a las empresas a las que dicen enaltecer. Cuando en realidad solo están traicionando a los dueños de los medios, simulando servicio y lealtad. Esa lealtad que solo reflejan en sus cuentas y que se vuelve tan lesiva al país, el que les importa un carajo.
Me encantaría que a todos estos adalides de la información los confrontarán con sus ingresos y sus lealtades, seguro los resultados nos asustarían. No es malo ser un medio con candidato. Lo malo es ser un hipócrita que se dice imparcial y su vida tiene el color del dinero de un presidenciable.